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miércoles, 25 de abril de 2012

Leyendas Nordicas :La leyenda de los Iomsvikings:


En el Mar Báltico, cerca de la desembocadura del Oder, hay una isla que lleva actualmente el nombre de Wolin, pero que antaño en la epoca de los nordicos se llamaba Ioms, y poseía una villa fortificada,  la orgullosa Iomsborg. 

Allí, bajo el reinado del rey danés Svend, que llevaba el sobrenombre de “Barba doble” se  fundó Palnatoke, una colonia de Vikingos. Esta colonia se hizo casi independiente,  y tuvo su propio gobierno y su derecho consuetudinario y pronto se hizo próspera. 

La isla servía de base para fructosas operaciones sobre las costas vecinas, y pronto albergó una flota numerosa y el  comercio y la prosperidad nacieron del rico botín traído de las aventuras. 

Los guerreros que la habitaban, eran hombres  libres e intrépidos, se sometían, no obstante, a reglas rigurosas. Habían promulgado leyes que ninguno podía infringir sin que le fuera en ello la vida. Prevenían así la relajación de las costumbres y conservaban en un alto grado el respeto a  las virtudes militares. Las mujeres estaban proscritas en la villa salvo en dias señalados y de celebracion, pues se habian dado casos de peleas por asuntos de faldas, y, en periodo de paz, los vikingos no habían de permanecer fuera de las murallas más de tres noches consecutivas. 

Al rey Svend “Barba doble” no le gustaban los vikingos de Ioms, tenian fama de pendencieros e indomitos, de ser aquellos cuyas expediciones no respetaban  siquiera el país danés. Pero los temía por su audacia y no se atrevía a atacarlos abiertamente. Sin embargo, tramaba acabar con ellos con la astucia y buscaba en su propia temeridad el instrumento de su ruina. 

Después de largas reflexiones y noches en vela , decidió invitarlos a una gran fiesta funeraria que se celebraba para honrar  la memoria del rey Haroldo, su padre. Envió, pues, mensajeros a Ioms, ante el duque  (jarl) Sigvald, quien gobernaba a los vikingos, rogándole que asistiera con sus guerreros a las solemnidades que preparaba. 

El día señalado, la escuadra de los vikingos de Ioms se armó como para el mas duro de los combates y se hizo a la vela en dirección a Dinamarca. El rey Svend la aguardaba en la isla de Seeland, en la que se celebraria la conmemoración y , cuando la flota estuvo a la vista en la entrada de la ensenada, contó en ella sesenta navíos, todos ellos magníficamente aparejados, que cubrían todo el mar hasta el horizonte. La bandada de cuervos de Ioms





Para dar una buena acogida a sus huéspedes, Svend había ordenado celebrar unas ceremonias pomposas y había invitado a todo hombre o familia que se preciase de noble e ilustre  en toda Dinamarca. Conforme a la usanza, habían puesto grandes mesas para el festín. Y se preparo estrados para acomodar a los ilustres visitantes de Ioms.

Ya la primera noche, los vikingos se pusieron a beber sin moderación las bebidas fermentadas, corrieron por doquier la cerveza y el hidromiel, que les servían unos solícitos servidores. Y se pusieron a reír estrepitosamente, a cantar, a bromear y a pronunciar palabras desatinadas. Cuando el rey vio que los vapores de la embriaguez empezaban a turbar su razón, alzó la voz y dijo: 

— Señores, no olvidemos que este día está consagrado al recuerdo de mi venerable padre. Bebo pues, y os pido que bebáis conmigo ....un drekka Minni en memoria de  Haroldo, rey de Dinamarca. 

Llenaron  pues los cuernos de metal cincelado y les dieron a los vikingos los más grandes, que rebosaban de la mas fuerte bebida. Y toda la asamblea bebió en honor de Haroldo. 

— Ahora, dijo Svend, conviene que alabemos a Dios por los bienes y la gloria que concede a cada uno de nosotros. Bebo, pues, y os pido que bebáis conmigo por el nombre de Cristo. 

De nuevo circularon entre los convidados los cuernos llenos; los que colocaron ante los vikingos tenían la altura de un niño. Y toda la asamblea bebió en honor de Cristo. Aunque los vikingos de Iorms no creyesen en el Cristo blanco, no era momento de deshonrar al anfrition, asi que aceptaron el brindis.

El rey continuó: 

— Es justo también, en una reunión de guerreros, que se rinda homenaje al patrono de los hombres de guerra; el duque de las legiones celestiales. Bebo pues, y os pido que bebáis conmigo por el nombre de San Miguel. 

Los cueros fueron llenados por tercera vez, y los que cogieron los vikingos superaban cualquier medida conocida, y como era costumbre, se vaciaban de un trago, aunque mas de un vikingo se quedase al borde de perder el resuello. La asamblea bebió en honor de San Miguel. 

El rey Svend comprendió entonces que los vikingos no eran ya dueños de sus palabras. Extendió el brazo para apagar el rumor que se elevaba y exclamó con un tono de buen humor y distension en medio de los congregados: 

— Señores, mi corazón se alegra grandemente por el espectáculo que se ofrece a mi vista; nunca han visto estas murallas compañía tan buena y numerosa, ni festín tan agradable por la alegría y la resistencia de los que comparten mi hidromiel. Y un acontecimiento tan singular como éste, ¿no ha de dejar huella para que sea largamente recordado? Desearía que se produjera, hoy, en este lugar, un hecho único y extraordinario que hiciera este día para siempre memorable y motivo de las canciones de los skaldos por los años venideros. 

El jarl Sigvald se levantó con su cuerno en la mano. Tenía la cara larga y la nariz encorvada; su tez era de natural pálida, sus ojos eran claros y brillantes. Entorpecido por la embriaguez, apenas podía tenerse en pie. Y respondió al rey: 

— Tu proposición, Svend, merece ser tomada en consideración. Pero no olvidemos que tú estas por encima de nosotros, como la montaña esta por encima del océano; es a ti, pues, a quien corresponde dar el ejemplo de las acciones admirables que harán célebre este festín en este tiempo y en los tiempos por venir. Aquello que tu harás primero, nosotros lo haremos a continuación; me comprometo a ello delante de todos. Pon tu la vara y todos nos mediremos por ella.

El rey asintio complacido,le dio las gracias y dijo: 

— Es costumbre, durante las fiestas como éstas, en las que están reunidos eminentes personajes y hombres notables, que se formulen promesas solemnes, propias para ennoblecer a quien las hace y para servir al interés común. Yo me plegaré de buen grado a esta respetable usanza, convencido como estoy de que seré seguido por vos,  señores, y quizás superado; pues, así como los vikingos de Ioms son superiores a todos los demás hombres del Norte, del mismo modo sus promesas y sus proezas deben superar a todas las promesas y a todas las proezas conocidas. Vos, señores, sois cautivos de vuestra valentía y de vuestro renombre; no podéis emprender nada que no sea singular y maravillosamente llevado a término; vuestras aventuras llenarán de asombro a la posteridad. 

Estas alabanzas obtuvieron un murmullo de aprobación. El rey Svend sonrió y continuó. 

— Puesto que me corresponde a mí hablar primero, he aquí mi promesa que formulo ante todos para que consten mis palabras y no se las lleve el viento como el humo: Me comprometo a expulsar de sus Estados, antes del tercer invierno, a Ethelred, rey de Inglaterra; y digo que si no es expulsado de ellos, será muerto por mi mano sobre el suelo de su país, y quiero incorporar su reino al mío en el plazo que he declarado. Ahora te toca a ti, Sigvald, duque y caudillo de Iomsborg; te desafío a que hagas una promesa que valga en su peso lo mismo que la  que yo acabo de hacer. 

Sigvald alzo su cuerno y  replicó: 

— Tu reto, rey Svend, es digno de tí y también de mí. Pero primero beberé, como tu hiciste hace un instante, a la memoria de mi padre, el jarl Strutharald, quien, con prudencia y acierto, gobernó la provincia de Skaane, en Suecia . Hermanos bebed conmigo.

Y cuando se hubieron vaciado los cuernos tras el grito unanime de "Strutharald!!", Sigvald prosiguió: 

— Escuchad cual es pues  mi promesa: Haré la guerra a Noruega con mis unicas fuerzas, con mis compañeros y mis soldados; antes de dos años, habré expulsado de sus Estados o muerto por mi mano al duque Haakon , y si esto no es así, sabed, señores, que dormiré mi último sueño bajo el túmulo de piedras de la  tierra noruega. 

— ¡Esta es, exclamó el rey, la promesa que podía esperarse de un guerrero como tú! ¡Honor a ti, Sigvald, duque y caudillo de Iomsborg! Pero veo a tu lado a tu hermano Thorkel  , aquel a quien todos apodan ,el grande, cuya estatura es la de un roble adulto. ¿Qué promesa hará él? Creo que, si abre la boca y por no ser menos que su hermano, oiremos palabras notables. 

Thorkel el grande se volvió hacia el rey, despues de terminar de masticar un buen pedazo de carne,  y  alzando su cuerno ante todos los presentes dijo: 

— Hace un rato que pienso en ello mientras escuchaba las valientes palabras de mi señor y jarl. Mi promesa será  pues esta: Como la sombra no deja a la lanza bajo el sol, yo no dejaré tampoco a mi hermano Sigvald; no huiré antes de que vea la popa de su nave vuelta hacia el enemigo. Y si él pone pie a tierra en las playas de Noruega, yo permaneceré en ésta tanto tiempo como su estandarte ondee sobre una línea de batalla.  Sangrare cuando el sangre, y morire si el muere!

El rey  asintio complacido  y replicó: 


— Nunca han contemplado mis ojos a hombre más capaz que tú de cumplir lo que prometes. Y tú, Bue , el brazo de oso, el que apodan, el corpulento, cuyo peso hace doblegarse a un caballo y vacilar sobre las olas a la nave de mejor puente, ¿qué nos dirás? Si tu promesa está a la altura de tu corpulencia, palabras formidables van a herir nuestros oídos. 


Bue era ciertamente enorme, como una de esas peñas que quebranta la furia de las olas; tres hombres habrían cabido holgadamente en la cota que ceñía su torso.  Y su craneo rapado y las runas tatuadas en sus brazos, le daban el aspecto de un titan terrible, un coloso entre los suyos, lo cual no era poco.

— Esta es mi promesa, rey Svend — dijo él con voz de trueno, tras vaciar de un trago su cuerno y golpear con el puño la mesa, haciendo saltar las escudillas con las viandas — Marcharé con mi jarl el gran Sigvald en esta expedición y me pondre a la cabeza de la batalla, y sólo huiré cuando haya mas guerreros abatidos que en pie; e, incluso entonces, si el duque Sigvald lo quiere y ordena, yo resistiré hasta que ordene la retirada o me llamen las valkirias. 

— No esperaba menos de ti - replicó el rey —. Ahora es tu vez, Sigurd, a quien llaman “manto de la muerte”, tú, cuya intrepidez, si damos crédito al rumor popular, no tiene igual. Ya has oído a Bue, tu hermano y grandes fueron sus palabras; dinos ahora qué harás tu. 

Sigurd-Manto de muerte, se puso en pie. Era un hombre bello,  y para mas señas de caracter pausado y poco hablador y  segun muchos , incluso tímido entre las masas. 
Respondió alzando su cuerno y bebiendo de el ante todos: 

— Mi promesa es corta, pero no por ello menos solemne, señor. Seguiré a mi hermano;luchare cuando el luche, matare cuando mate, sangrare cuando sangre, huiré si él huye, moriré si el muere. 

— Lo sabía! —dijo el rey— Estáis unidos, no sólo por la sangre, sino por el valor de vuestras almas. Ahora responde tú, Vagn, hijo de Aege. Tus tíos Bue y Sigurd te muestran el camino. Se afirma que tu fidelidad nunca flaqueó, y que si sólo existe un hombre capaz de cumplir su palabra, tú eres ese hombre. Y tengo curiosidad por oírte, pues aquellos de quienes desciendes fueron intrépidos guerreros y audaces navegantes. 

Vagn avanzó hasta el centro de la sala. Era alto y bello, y toda su persona respiraba juventud y fuerza; llevaba una armadura resplandeciente, un collar de oro y un casco cuya cimera brillaba como la media luna. Alzo su cuerno solemne y lo mostro a todos antes de vaciar su contenido y contestar:

— Rey Svend, dijo, ésta es mi promesa: También yo iré con mi señor Sigvald hasta Noruega; combatiré junto a Bue, mi tío, a quien amo mas que a ninguna otra persona en el mundo, y mientras Bue viva, él tocará mi mano y verá relucir mi espada. Pero yo haré dos promesas más: la primera es la de no volver a Dinamarca antes de haberme acostado en la cama de Ingeborg, la hija del noruego Thorkel Lera, la más hermosa doncella del Norte, y ello sin el consentimiento de ella o incluso contra la voluntad de su padre y de toda su familia. La segunda es la de no volver a Dinamarca antes de haber matado a Thorkel Lera, que es el primero entre los hombres de Noruega. 

Guardó silencio, y el rey alzando los brazos exclamó: 

— La promesa mas grata y la más temeraria es la que tú has hecho, Vagn, y esto no puede sorprender a nadie, pues tú te elevas, por la audacia y la constancia, por encima de los héroes de este país y de los que viven en otras regiones. 

Entonces, bebió en honor de Vagn y la asistencia lanzó largas aclamaciones. 

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Un viejo poeta cantó las gestas de la epica batalla que libraron los vikingos con el duque Haakon sobre las playas de Noruega, en el fiordo de Hiörungevaag. 

En los gavilanes del mar, en las grandes naves veloces, los vikingos llevan espadas y cotas de malla, sobre sus cabezas descansan los cascos con visera ; la velocidad y el baile de sus naves sobre las hijas de Ran es su gozo, el azote de la brisa, su placer. Y se lanzan a través de las líquidas praderas. En pos de su destino!

Por todas partes, del mediodía a septentrión, estalla el fragor de la lucha y ha  resonado el choque de las armas. Tú no esperabas tan pronto, orgullosa Noruega, este choque tan  formidable. Y tú, oh gran duque, el destructor de los feroces navíos, el terror de los monstruos surgidos de las entrañas del mar, tu tiemblas ahora ante la nueva de que, en el sur, llevadas y mecidas por las olas, ascienden las naves de Dinamarca. 

Por el mar profundo, conducen los guerreros sus naves, sus embarcaciones ligeras.  Vuelan sobre las Olas los cuervos sangrientos.


Y ahora, poeta, entona el canto de honor para los héroes valerosos, para aquellos que han combatido, han remado, han tensado el arco con los ojos clavados en el suelo natal, y que han muerto realizando grandes hechos. Dignos de una Saga.

El horizonte se cubre de barcos impacientes por tocar la costa. El viento impele con viveza a los vikingos hacia el norte. En las velas y las jarcias, retumba y ruge la tempestad. Sobre las montañas de espuma, galopan los corceles de la mar; su pecho hiende las azules aguas; a sus flancos se levantan y se desploman gélidas cascadas; sus pies dominan el furor de la ola. 

Los corceles de la mar han conducido a sus amos hasta la tierra de Noruega, y el estrépito de las batallas pronto llenara los aires. Allí se encuentran y chocan innumerables navíos; los escudos retumban bajo el golpe de las espadas, y para los cuervos se prepara un inmenso botín. La sangre llama a la sangre y se da de beber al cuervo!.

El duque Haakon ha escogido a sus hombres más valientes,y ha comvocado a sus soldados más decididos para hacer frente al asalto de Sigvald. Ha formado en orden de combate a sus mejores navíos. Los remos emparejados tiemblan bajo el vigoroso esfuerzo de los remeros, pero el corazón de los guerreros que se abren camino por las olas no ha temblado.  Saben a quien van a medirse, pero no hay miedo en sus corazones.

A la cabeza de los vikingos van tres caudillos de renombre: Sigvald el jarl, que es fuerte y buen capitán; Bue el corpulento, de brazo terrible; y Vagn, el mas bello y  joven. Toda una flota obedece a cada uno de ellos, una flota que recibe de sus labios la orden de vencer o morir. Y los ecos aclaman a los lideres y claman por la victoria.


Largo tiempo perdurará el recuerdo de aquellos cuyas armas han levantado este tumulto. Para siempre será famoso el combate librado en el ancho Hiörungevaag. 

Las naves danesas, blancas y puras como vírgenes del océano, se deslizan a lo largo de las riberas. Algunas ya están vacías de marineros, muchos corceles que vagan por el agua ya no llevan sino cadáveres y una triste comitiva de alas negras sobre ellos. En lo más alto de los mástiles se agitan las banderas. El viento de las espadas cortantes desgasta las camisas de hierro. ¡Cuántas vidas destruidas bajo las lluvias de flechas, el crujido de las hachas  y la punzada de las lanzas! Sobre los grandes escudos, cantan las espadas desnudas de sus vainas. Sedientas de la sangre como una doncella caprichosa de los placeres del vino.

Cabezas y manos saltan por encima de la borda. A los lobos atraídos a la ribera, el mar les trae su presa. 


El vikingo hiende los cascos de bronce y corta las cotas más sólidas. El vikingo asesta golpes redoblados en la masa enemiga. Aquel que hace frente al vikingo corre al encuentro de la muerte. Porque Odin espera...y el vikingo acude sin miedo al eco de su llamada!.


Ningún arma permanece inactiva; los puños golpean los pechos; con rabia remolinean las espadas; las hachas buscan ávidamente los cráneos; en espesa nube vuelan las flechas; con grandes voces, cantan, sobre los escudos, las espadas ensangrentadas. Cuando brilla la espada fogosa, la cota, cosida bien tupida por las manos de las mujeres, se rasga de arriba a abajo; defensa inútil en lo sucesivo, buena para lanzar al mar.  



Los gavilanes de la mar se doblan y gimen bajo el peso de los muertos. Las espadas prontas a abrir heridas abaten a los héroes intrépidos; sobre las cabezas cantan las espadas relucientes; los cascos rotos ya no preservan de la muerte. 


Crece el fragor de la batalla. Se oye a lo lejos, en el mar y en tierra firme. Y he aquí que, ante el furor de los vikingos, en el huracán de dardos, entre los quejidos y el clamoreo, los hombres de Noruega retroceden. 

Con la cólera y la desesperación en el corazón, el duque Haakon debe retroceder. Gana la playa y desembarca en la arena. Entonces, echa mano de un cuchillo afilado, hace venir a su hijo pequeño, Erling, un hermoso niño, y lo degüella, lo sacrifica a los dioses de la guerra sin remordimientos, invocando la victoria y que Baleirgr le observe y le guie hacia la batalla!. No obstante, Bue el temible ha roto la línea enemiga. Su nave vuela a través de las filas. Hace un gran trabajo , proporciona el festin para los cuervos de Hrafnagud , y el canto de las espadas ahoga el rumor del mar. 

Y de repente, del norte, acude contra los vikingos la tempestad. Un tremendo temporal se abate sobre los guerreros de Dinamarca. El pedrisco crepita sobre los cascos; las nubes dejan caer piedras de hielo; el viento ciega a los héroes. Las heridas se abren, y  la sangre mana. 

Cada pedrisco es tan grande como una moneda, y cada pedrisco le da a un hombre. La sangre roja se derrama por el mar, pero el agua del cielo borra pronto sus huellas. Con la lluvia se mezclan flechas y azagayas, y, de pronto, los nubarrones se animan:  Con Freyja al frente, resplandecientes en la bruma, galopa y carga el ejército de las valquirias. 

¡Noruega, Noruega, un nuevo ardor te posee! ¡Lanza adelante, oh duque, la nave en que ondea tu bandera! 


En la proa de esta nave hay una mujer de pie. Los vikingos, llenos de espanto, lo han visto. Ella extiende los brazos; sus ojos lanzan llamas maravillosas; de sus dedos salen flechas, numerosas como las gotas de lluvia. Abte la horrible hechicera usa sus artes oscuras, caen los más nobles guerreros; nada puede salvarlos de la muerte. Nunca tan dura prueba ha sorprendido a unos héroes; nunca tan gran desorden ha turbado el inmenso mar. 

El miedo habla con su voz funesta a los oídos del duque Sigvald: «¡Saca a tus naves de la batalla, iza la vela, coge el timón! ¡Allá abajo donde está la tierra de Dinamarca, una esposa amada espera tu regreso!». 

Las velas suben a lo alto de los mástiles, la ola impulsa a los barcos, en el viento hincha sus alas blancas, y hacía el horizonte huye Sigvald , despojado de honor, ya no sera mas el grande...ahora su mancha le nombrara por todos como el cobarde. 

Pero Bue y Bagn no han huído. ¡Que se alejen hacia Dinamarca los barcos traidores! ¡Que otros, privados de guerreros, se dispersen a la ventura! , que en el de Bue y en el de Vagn permanecen los hombres valientes. El que los aborda es repelido con violencia, el que los ataca es precipitado al agua profunda.  Ran y Aegir tendran tambien su tributo.

Pero Bue, el héroe fornido, es golpeado duramente; su nasal está destrozado, sus labios, cortados, sus mejillas, rajadas y su mentón, roto. Pero el enemigo no lo capturará- En el fondo de la nave hay dos cofres llenos de tesoros. Bue se apodera de ellos y se arroja al mar, que traga al valiente.  Ran le cubrira con su manto y le dara cobijo hasta que sea llamado a la presencia de Allfather.

Vagn ha combatido  feroz como el águila; bajo su espada ha sometido a los más fuertes, a los más audaces. Ha dado a las aves de rapiña una abundante cantidad de alimento. Pero el número lo abruma, la fatiga lo aplasta; sus heridas le escuecen, su sangre le quema como el fuego. Con treinta de los suyos, es capturado por los noruegos. 

Los vencedores ganaron la costa con sus prisioneros. Ataron a éstos , los unos con los otros con una larga cadena y los encerraron bajo la vigilancia de  gerreros, tratados como esclavos. Luego, los noruegos encendieron fuegos, sacrificaron reses y prepararon un festín en el que pasaron el tiempo  honrando a los dioses hasta el anochecer. Cuando estuvieron saciados, fueron a ver a los prisioneros, y el duque Haakon dijo feliz; 

— Señores, he decidido, para regocijaros después de la bebida, que todos estos vikingos sean decapitados antes de la noche; y he decidido también que el mas digno y mas glorioso de nosotros, Thorkel Lera, el primer guerrero de este país, lleve a cabo esta mueva proeza. 

— Ella no me asusta nada — Dijo Thorkel Lera —, y que pierda vuestra estima, señores, si me hago culpable de blandura. Acomodaos y ved actuar a la espada de Thorkel Lera.  No hay piedad para los vencidos!.

Desataron a algunos de los vikingos mas heridos, y tres de ellos fueron arrastrados ante él. Los esclavos, ocupados hasta entonces en vigilarlos, les tiraron de los cabellos hacia atrás para que el cuello quedase bien expuesto y  al descubierto. Thorkel levantó su espada e hizo caer las tres cabezas una detrás de otra. Luego volviéndose hacia el duque, dijo orgullosamente: 

— Una vieja leyenda pretende que no pueden cortarse tres cabezas seguidas sin demudarse. ¿Es eso cierto, duque Haakon? 

El duque contestó: 

— Tu rostro no se ha demudado, Thorkel, durante la tarea, pero has palidecido, me parece, antes de empezarla. 

Hicieron avanzar a un cuarto vikingo, que sufría también graves heridas y apenas podía moverse ni tenerse en pie. Thorkel lo miró de hito en hito y le dijo: 


—Hete aquí bien cerca de la muerte, amigo mio. ¿Qué piensas de ello ahora que esta tan proxima? 

El vikingo respondió tranquilamente con una mueca ironica: 

—Pienso que esto mismo le llegó a mi padre, a mi abuelo y a todos mis antepasados, y que preciso es que me llegue a mi también. Hora es de reclamar mi lugar en el salon con mis ancestros-  Los esclavos le hicieron arrodillarse, tiraron hacia sí de sus cabellos, y Thorkel lo mató. 

Trajeron al quinto vikingo, tambien muy magullado y ensangrentado. Thorkel Lera le preguntó: 


—¿No encuentras desagradable la prespectiva de  morir? 


  El hombre escupio al suelo un gargajo ensangrentado y  dijo: 


—Sabe que las leyes de Iomosborg no enseñan ni el miedo ni el lamento. 


El mismo se inclinó y presentó el cuello a la espada. 

Con la sexta víctima, un hombre fuerte al que le habian mutilado una mano en combate , Thorkel repitió su pregunta y recibió esta respuesta: 


—Es preferible morir honrosamente como yo que vivir vergonzosamente como aquel que hace  el oficio de verdugo. 


El séptimo vikingo se acercó tambaleante y por su propio pie. Tenía en la mano un chuchillo que no habían podido arrebatarle. Cuando Thorkel le hubo preguntado contestó: 


— Estoy contento de morir de este modo y sólo deseo una cosa, que tu golpe sea rápido y certero. En Iomosborg, hemos discutido muchas veces sobre si un hombre al que decapitan conserva algo de conocimiento en el instante que sigue a la caída de su cabeza. Quiero hacer esta experiencia con este cuchillo, y te ruego que me observes con atención cuando me hayas cortado la cabeza; si conservo algo de conocimiento, agitaré mi cuchillo; sin o, mis dedos lo dejarán escapar. 


Thorkel se lo prometió y le asestó un golpe rápido como el rayo. El vikingo cayó rodando al suelo y el cuchillo le saltó de la mano. 

El octavo vikingo, hombre de aspecto feroz, con ojos encendidos, le respondió: 


—Moriré sin queja, como todos los vikingos de Ioms, pero no quiero ser tratado como un cordero. Permíteme sentarme; entonces, me golpearás en pleno rostro y observarás bien si cambio de expresión, pues éste es también un problema sobre el que no nos ponemos de acuerdo. 


Se hizo lo que él deseeaba, y Thorkel le golpeó con su espada en pleno rostro. Las facciones del vikingo permanecieron inmoviles, excepto los párpados, que se cerraron cuando la muerte los tocó. 


A continuación, los esclavos empujaron hacia adelante a un muchacho que tenía una magnífica cabellera rubia y sedosa.  Era el mas joven de los capturados.


—No sientes mucho encontrar bajo mi espada la muerte y  dejarnos tan pronto? — le preguntó Thorkel Lera. 

—¿Porqué habría de sentirlo? — respondió—.Lo mejor de mi vida ya ha pasado, y acabo de ver morir a tan grandes guerreros, que me sonrojo al pensar que yo pueda sobrevivirles y no compartir con ellos el banquete del Padre. No obstante, me repugna ser arrastrado a la muerte por unos esclavos. Exigo que un hombre libre tire de mis cabellos, y que ponga cuidado en que la sangre que saltará no los manche. 

Un noruego se acercó y agarró la cabellera del adolescente. Tuvo que enroscarla varias veces en torno de sus muñecas, de tan largos y finos como eran sus rizos; luego, tiró violentamente. Thorkel hizo oscilar su espada, pero, en el preciso instante en que el arma caía, el vikingo hizo un movimiento hacia atras con la cabeza, de manera que el golpe alcanzó al que sostenía los cabellos y le cortó limpiamente los brazos a la altura del codo. El muchacho se puso en pie de un salto y exclamó echándose a reir. 


—¿Quién de vosotros, valientes señores, ha olvidado sus manos entre mis cabellos? 

El duque Haakon dijo a los de su corte: 


—Verdaderamente, éstos son unos temibles adversarios; no conozco nada que esté a la altura de su valor y su astucia. Y, dirigiéndose a Thorkel Lera, añadió:


—Apresurate a matar a todos los que todavía viven; sino, las cosas pueden tomar un mal cariz. 

Entonces,  se adelanto de entre toda la tropa su hijo, el duque Erik, que estaba a su lado, le hizo señas a Thorkel Lera de que detuviese su espada y  esperase y dijo: 


—Dudo de que haya que terminar esta tarea. Su audacia y su genio me llenan, no de espanto, sino de admiración. Sería mas prudente ganarnos a estos valientes que exterminarlos como malhechores. Informémonos, por lo menos, de su ascendencia; la mayoría de ellos no pueden ser de raza vil. 

Y preguntó al joven vikingo de los cabellos dorados cómo se llamaba. 


—Me llamo Svend, soy hijo de Bue el corpulento y desciendo de la nobleza danesa. 


—¿Qué edad tienes? 


—Cumpliría dieciocho años el próximo invierno si viviera hasta entonces. Pero no me parece que sea una cuestion sobre la que me atreviera a hacer apuesta alguna.


—Vivirás; me comprometo a ello. 

Y le hizo entrar en su séquito. El duque Haakon frunció el ceño. Una cólera sorda le llenaba el pecho, pero la contenía, pues temía a Erik, que era querido en Noruega y resistía mal la autoridad paterna. 


—¡Sea! —dijo—, éste te pertenece. Y ahora, ¡que Thorkel Lera acabe de una vez! 

Erik alzo la mano para volver a deterner el ansia de sangre de la espada y  intervino de nuevo: 


—Todavía no. Quiero conversar con estos hombres y decidir sobre la suerte de cada uno de ellos. 


El duque Haakon guardó silencio. Trajeron a otro prisionero, que era alto, bello y de aspecto vigoroso. Thorkel le dijo: 


— Y tu vikingo, ¿no echas de menos alguna cosa, ahora que vas a morir? 


—Nada anhelo, ni nada me reprocho, dijo el hombre, salvo llevarme el desconsuelo de no haber podido cumplir antes una promesa solemne que hice. 


El duque Erik preguntó: 


—¿Cómo te llamas y cuál es la promesa? 


El vikingo respondió: 


—Soy Vagn, hijo de Aage y nieto de Palnatoke, el fionés. 


—¿Y tu promesa? 


—Me comprometí, si mi pie desembarcaba en el suelo de Noruega, a matar a Thorkel Lera, después de haberme acostado, contra su voluntad y la de los suyos, en la cama de Ingeborg, su hija, que es la doncella mas seductora del Norte. Y afirmo, señores, que moriré apesadumbrado, que habré malogrado mi vida, si no puedo cumplir mi promesa. 

Al oir estas palabras, Thorkel Lera exclamó: 


—¡Ya te lo impediré yo perro! 


Se arrojó sobre Vagn, con la espada al puño. Pero su enemigo, rápido como el rayo, evitó el choque. Thorkel golpeó el aire y, arrastrado por el peso del arma, cayó pesadamente, perdiendo su espada. Vagn se apoderó de ella y, antes de que nadie pudiese detenerlo, dio con ella un golpe terrible en la nuca de Thorkel, diciendo: 

—Por lo menos habré cumplido la mitad de mi promesa y moriré contento y con una sonrisa a medias. 


El duque Haakon se levantó, presa de una extrema agitación, y acuciaba a sus hombres a matar a Vagn. Pero el duque Erik se precipitó delante de los noruegos y les dijo: 


—Si me es permitido levantar aquí la voz, os juro que antes pasareis por mi cadáver que tocareis a este vikingo.  Y me llevare por delante a mas de uno!

El duque Haakon palideció. Vio a su hijo sereno y decidido; vio a sus fieles, vacilantes, bajar sus lanzas y retroceder; y extendió su mano en signo de paz. 


—No nos pelearemos por tan poca cosa, hijo mío —dijo—; que se haga tu voluntad, ya que eres tú, ahora, quien habla como dueño y señor. 

—Señor —respondió Erik—, algún día me daréis la razón por haberos conservado la vida de este hombre. Por lo que se refiere a Thorkel Lera, no os sorprendáis de su fin repentino. Vos mismo, padre mío, lo habéis anunciado hace un momento al decirle: «Has palidecido al comenzar tu tarea». Y nadie ignora que la palidez de la frente de aquel que va a dar muerte a otros es el presagio cierto de una muerte próxima. 

El ejército noruego levantó pronto el campo para volver a sus ciudades. Vagn se sentó junto al duque Erik. Cabalgó hasta el anochecer hasta que llegaron a la villa de Vigen. Y aquella noche, se acostó en la cama de Ingeborg, la virgen mas bella del Norte, y permaneció junto a  ella  y gozo en su lecho todo el invierno.

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